El tenedor que apunta a la verdad
Rosa era una persona que amaba la palabra amor. No por su significado tan variado, sino porque pensaba que a todo había que añadirle ese variopinto ingrediente tan popular llamado amor. Pero sin embargo lo paradójico es que ella se dedica a investigar la falta de él y otros misterios que ahora mismo no vienen al caso. Su amado era su propio trabajo todavía no había encontrado nada que lo pusiera en segundo plano.
La verdad era que sabía de sus métodos, pero no que fueran tan eficaces. Empezaré desde el principio, una noche no lo suficiente lejana, estaba yo cenando con ella y mi marido. Bueno, la noche siguió bastante tranquila y incluso aburrida, incluso la cena no sabía del todo bien, era más bien sosa. Su comportamiento de ella bastante raro, me resultaba sospechoso, más fuera de lo común de lo que nos tenía acostumbrado. Por su específica conducta o más bien una obsesión por el tenedor de mi marido, me hacía sentirme incómoda.
De repente Rosa me miró y me cucó el ojo, y entonces, me dijo de forma irónica: "¿Te vienes al baño?". Yo le respondí con un movimiento de cabeza y me levante. Mi marido nos observaba con una mirada de incredulidad y a la vez indiferente al dirigir de nuevo sus ojos hacia a su plato de cordero envuelto en una salsa verde, no muy apetecible.
La seguí al baño no muy atenta a lo de mi alrededor. Solo seguía el camino que ella me mostraba. AL llegar nada me parecía extraño, solo éramos dos mujeres que iban al aseo. Me pregunté qué me querría decir, pero viniendo de ella cualquier cosa se puede esperar. Cuando ya estábamos dentro, me confesó algo que me costó creer. Es algo que jamás hubiera esperado de ningún modo de esa persona tan querida.
La conversación comenzó de la siguiente manera:
—¿ Tú has visto cómo coge tu marido el tenedor?
—Sí, por..
—No sé, porque estaba llevando un caso en Río de Janeiro, ya sabes una cuestión de cuernos que te mencione.
—Ahh, me suena vagamente, no lo recuerdo muy bien.
—El magnate forrado que me contrató para seguir a su mujer por esa ciudad. El hombre que estaba con ella cenando me resultaba familiar, pero no podía ver su cara desde el ángulo que estaba. Solo la veía a ella con gran claridad y al hombre sin embargo, solo veía sus manos las cuales me resultaron de gran interés. No se que veía en ellas, me resultaban tan — le interrumpí— conocidas para ti.
—Exacto.
—¿Es alguien conocido por ti y por mí?
—Por las dos, lo que pasa es que no se si debo decírtelo. Es algo que creo que debería hacerlo el mismo.
—¿¡ No me fastidies que es mi hermano Mauro?! —resopló— ¡Menudo sinvergüenza!.
Bajé la cara hacia abajo avergonzada de ser de su misma familia de mi hermano, el rufián, que no tenía miedo de la propiedad ajena a él mismo.
—Más quisiera yo que fuera el capullo de tú hermano —dijo mirándome a los ojos compungida— es alguien a quien amas y que tú creías que te amaba de verdad.
—No puede ser Mario, no puede ser él, es imposible. ¿Por qué crees que es él? —le grité— ¿Por qué dímelo?.
—Lo he descubierto hoy en la cena.
—¡¿ Cómo?! —dije desconcertada.
—Su tenedor, o más bien, su forma de cogerlo.
—¡¡ Que dices!!, no tiene sentido acusar a una persona por como coge el tenedor, es absurdo —dije irritada.
—No me crees —hizo un silencio y luego prosiguió enfadada— esto es indignante, juzgar mi trabajo.
— Ya que no te convence lo que te digo, te enseñaré la prueba concluyente de lo que te he contado.
Sacó del bolso color caqui, no muy elegante, un sobre que me extendió y el cual yo cogí con rapidez. Me fijé en las manos y efectivamente era cierto. No solo eso, el traje que llevaba se lo había regalado yo. No me podía creer que fuera verdad su intuición, hasta que vi sus manos. Lo que más me enfureció, fue la mano de ella cogiendo la suya y mirándole con unos ojos que le devoraban con la mirada. Me había mentido, desde luego, no era una simple reunión de trabajo. Entonces, quité la mirada de esa foto y me volví hacía el espejo y vi mi cara desencajada y descolorida.
Mire a mi a mi gran amiga y grite:
¡¡Maldito tenedor!!
Cuando llegué a la mesa no pude a mirarle a la cara, solo podía odiarlo y no tenía nada que escuchar de él. Me levanté, me acerqué a él, le di una última ojeada de despecho. En ese momento, una furia recorrió todo mi cuerpo y me hizo explotar de una manera poco común en mí. Cogí el plato de su comida y se lo vacíe encima cubriéndolo de salsa verdosa, y seguidamente se lo estampé en la cabeza y eché a correr. En ese momento no pensé en su bienestar, sino en mi corazón roto y desgarrado por su traición. Ahora me arrepiento por mi comportamiento intolerante, pero por aquél tiempo solo me preocupaba mi ego herido.
Mi amiga Rosa flipó con mi reacción, no hizo nada, dejó que me fuera corriendo. Mario sin embargo, se quedó pasmado ante mi loca conducta. Ahora la única relación que tenemos, son unos papeles fríos que no significan nada para mí y todo para él. Me imagino que quiere romper con la ex mujer desequilibrada en que me he convertido. Me alegro de haberlo dejado, pero no de cómo sucedió todo. Ahora me siento que mi vida está perdida. No se si tendré fuerzas para conocer a otra persona y ni siquiera se si me aceptarán los hombres, después de lo sucedido. A pesar de todo, aún sigo queriéndote a él.
Rosa no se si volverá a decir a una amiga que es una cornuda. Ella me anima más bien como puede, dentro de su capacidad de amiga, la cuestión es que se encuentra a mí lado y eso es lo que cuenta. No se si echarle la culpa al tenedor o a mí misma por no saber lo que necesitaba. Aunque la verdad los dos tenemos algo de culpa, o eso es lo que me suelo repetir. No lo escuché. Solo reaccioné. No sé si esa foto me muestra su cara oculta o son imaginaciones mías. Pero para qué pensar ahora ya está hecho.